Representación
Hay un desafío ético implícito en cualquier representación de la violencia: “¿Puede el arte superar su dificultad inherente para abordar lo violento, lo cruel y lo feo sin transformarlo en belleza, sin dotarlo de efectos estéticos, sin provocar placer, sin lograr la redención de lo que debería ser irredimible?”[1]
La inmovilidad de la foto provoca una confusión perversa entre dos conceptos: lo real y lo viviente. "Toda fotografía es un certificado de presencia."[2] Todos los retratados están posando, de forma voluntaria o no voluntaria, para una foto donde el instante queda inmortalizado: el sujeto estuvo ahí. La fotografía reproduce al infinito lo que únicamente ha tenido lugar una sola vez. Distingue Barthes dos elementos en toda fotografía: el studium: tiene que ver con la cultura y el gusto y el punctum: "[el punctum] de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza),”[3] aunque para él existe otro punctum, no de la forma o el detalle, sino que es de intensidad, es el tiempo, es el desgarrador de su representación pura. A la hora de trabajar con estas imágenes hay que hacerse la pregunta obligatoriamente: pueden estas imágenes emocionar en un sentido concreto sin información textual, sonora o narrativa, es decir, nos bastaría con el punctum o dependeríamos del studium que conocemos para que nos parezcan especiales? “El punctum es: va a morir. Yo leo al mismo tiempo: esto será y esto ha sido; observo horrorizado un futuro anterior en el que lo que se ventila es la muerte […] la fotografía me expresa la muerte en futuro.”[4] Hay algo terrible en cada fotografía, el retorno de lo muerto. Ahora conocemos la historia posterior. La exposición pública de estos retratos nos hace enfrentar la mirada de aquellos cuyos ojos han visto un horror no evitado. Estas fotografías se refieren a una realidad brutal, cada foto es una huella mecánica de algo que tuvo lugar. “Un dolor secreto invade esos retratos […] Menos dolor físico que aflicción, angustia moral, turbación interior.”[5]
La inmovilidad de la foto provoca una confusión perversa entre dos conceptos: lo real y lo viviente. "Toda fotografía es un certificado de presencia."[2] Todos los retratados están posando, de forma voluntaria o no voluntaria, para una foto donde el instante queda inmortalizado: el sujeto estuvo ahí. La fotografía reproduce al infinito lo que únicamente ha tenido lugar una sola vez. Distingue Barthes dos elementos en toda fotografía: el studium: tiene que ver con la cultura y el gusto y el punctum: "[el punctum] de una foto es ese azar que en ella me despunta (pero que también me lastima, me punza),”[3] aunque para él existe otro punctum, no de la forma o el detalle, sino que es de intensidad, es el tiempo, es el desgarrador de su representación pura. A la hora de trabajar con estas imágenes hay que hacerse la pregunta obligatoriamente: pueden estas imágenes emocionar en un sentido concreto sin información textual, sonora o narrativa, es decir, nos bastaría con el punctum o dependeríamos del studium que conocemos para que nos parezcan especiales? “El punctum es: va a morir. Yo leo al mismo tiempo: esto será y esto ha sido; observo horrorizado un futuro anterior en el que lo que se ventila es la muerte […] la fotografía me expresa la muerte en futuro.”[4] Hay algo terrible en cada fotografía, el retorno de lo muerto. Ahora conocemos la historia posterior. La exposición pública de estos retratos nos hace enfrentar la mirada de aquellos cuyos ojos han visto un horror no evitado. Estas fotografías se refieren a una realidad brutal, cada foto es una huella mecánica de algo que tuvo lugar. “Un dolor secreto invade esos retratos […] Menos dolor físico que aflicción, angustia moral, turbación interior.”[5]
[1] Norris, M., Writting War in the Twentieth Century, University Press of Virginia, Charlottesville, 2000, p.20
[2] Barthes, R., La cámara lúcida, Gustavo Gili, Barcelona, 1982, p. 151
[3] Barthes, R., op. cit., p. 65
[4] Barthes, R., op. cit., p. 165
[5] Clair, J., La barbarie ordinaria, Antonio Machado Libros, Madrid, 2007, p. 78